Un
partido que no analiza con racionalidad y madurez su participación en
los procesos electorales corre el riesgo de repetir sus errores en las
futuras contiendas. Desafortunadamente, en el PRD lo urgente sustituye
lo importante.
Aunque los resultados del 20 de mayo pasado generan la sensación de
establecer un gran responsable, el elemental sentido de objetividad nos
obliga a una revisión, donde los factores que caracterizaron la búsqueda
de una victoria colapsaron como resultado de acciones, posturas,
sectarismo e incapacidades que tienen su origen en la "reorientación" y
construcción de un partido light que sedujo a franjas de dirigentes con
mucho arraigo en la organización, aterradas por las características de
nuestra salida del poder en el 2004.
Carecen de rigurosidad y sentido de compromiso partidario las
argumentaciones tendentes a justificar neutralidades y entendimientos
con los competidores de la candidatura presidencial del PRD. El
ineludible compromiso de un dirigente es obrar en consonancia con la
agenda de su organización. Y en el caso específico del partido blanco,
muchos altos, dirigentes medios, de base y ciudadanos independientes
apostaron a un cambio que, en el recién pasado proceso comicial, llenó
de esperanzas a un amplio sector de la vida nacional.
Desde el año 2005 se diseñó un tinglado tendente al distanciamiento de
todo lo relativo a la administración de Hipólito Mejía y la orquestación
de un PRD capaz de vincular la organización con segmentos poblacionales
y sectores sin afinidad histórica al partido blanco. Con esos criterios
se estructuró todo un ambiente que catapultó a Miguel Vargas a
insospechados niveles de popularidad y se abrió la caja de Pandora de un
partido con nuevos exponentes, de una característica esencial: era
gente de una profunda naturaleza conservadora.
Desde la lógica de las fuerzas que se levantaban en el PRD era
entendible su postura. De un lado, distancias de la administración
anterior y sus principales figuras. Y por el otro, perfilar el potencial
candidato para las elecciones del 2008. Hasta ahí, muy bien.
Miguel Vargas no se percató de que, en el PRD, una fuerza no crece
negando por completo el pasado. Y en su caso, el avance interno del
secretario de Obras Públicas 2000/2004 estaba vinculado a la decisión de
Hipólito Mejía de auparlo frente a Milagros Ortiz Bosch. Eso sí, la
abrumadora victoria del sector conservador sobre el liberal en la
convención para elegir la candidatura del 2008 estableció las bases para
incorrectamente creerse en capacidad de tomar por asalto a las fuerzas
de derecha que desde el 1996 se perfilaban afines a Leonel Fernández.
Alrededor de la candidatura del PRD en el 2008 no se entendió que el
espacio social ocupado por el PLD desde su arribo al poder no se
desplazaría hacia una opción perredeísta. Aunque Vargas Maldonado tiene
una naturaleza conservadora, los electores de ese litoral se montaron en
la candidatura del PLD. No obstante, desde el PRD y su candidato no se
desarrollaron las acciones políticas tendentes a reconstruir el
tradicional vínculo del partido blanco con los partidos emergentes y
propuestas liberales que siempre acompañaron a José Francisco Peña
Gómez.
Un factor que contribuiría a perfilar el campo de actuación de Vargas
Maldonado consistió en que su ascenso y legitimación partidaria
coincidió con un terrible deterioro de la noción de compromiso
ideológico y programático experimentado en el partido blanco desde la
muerte del doctor Peña Gómez. Esa decadencia no es atribuible de forma
exclusiva al ex ministro de Obras Públicas, desde antes de la victoria
electoral en el año 2000, la agenda partidaria tomó los senderos del
pragmatismo y los históricos exponentes que participaron en los debates
ideológicos o llegaron al partido de las manos del líder con la
encomienda de mantener el vínculo socialdemócrata fueron "sustituidos"
por expresiones de una militancia más amiga de las aspiraciones a
posiciones municipales y congresionales. Dos años antes, producto de una
disputa por la dirección de la Cámara de Diputados, un terminado
exponente del perredeismo cantinflesco, componedor y ausente de carga
ideológica apareció en el espectro partidario con características
"triunfales": Héctor Rafael Peguero.
El deterioro de la salud de Peña Gómez y su posterior desaparición
física generaron un ambiente de orfandad en el PRD que, de manera
coyuntural, fue ocupado por los más habilidosos y desenfrenados. En
términos prácticos, los pragmáticos estaban de fiesta. Y un elemento lo
agravó todo, desde el ejercicio gubernamental: tanto la reforma
constitucional del 2002 como el envío de tropas a Irak distanciaron del
partido blanco una amplia gama de sectores democráticos y liberales que
sus aproximaciones históricas con el líder y dirigentes importantes de
la organización sirvieron de muro de contención a un PRD, caracterizado
por una agenda tan diversa que nos coloca, en múltiples ocasiones, muy
cercanos a lo absurdo.
Ese limbo se mantuvo desde la salida del poder en el 2004 hasta la
convención interna donde Vargas Maldonado se oficializó de candidato
presidencial del PRD para las elecciones del 2008.
Me incorporé a la campaña del 2008 y no es cierto que Hipólito Mejía
trabajó para fastidiar las posibilidades presidenciales de Miguel Vargas
Maldonado. La única resistencia de carácter público expresada en la
proximidad del ex presidente la ejerció un ingeniero civil que sus
discrepancias con el ministro de obras públicas 2000/2004 obedecían a
disputas propias del cargo y los espacios de poder que se generan
alrededor de la política de construcción del gobierno. Además, de ese
disgusto, en los corrillos de la campaña del 2008 no se estuvo conforme
con las declaraciones duras de Ramón Alburquerque contra el Cardenal
López Rodríguez.
El verdadero motivo de inconformidad a la candidatura de Vargas
Maldonado se ejerció internamente desde el momento en que los dirigentes
tradicionales percibieron una campaña en manos de un nuevo orden
partidario. La acción era correcta: el candidato tenía derecho de
organizar la búsqueda del poder con su equipo, el error consistió en la
aniquilación de todo lo asociado al viejo orden.
Los resultados electorales del 2008 reflejaban un ambiente positivo para
el futuro del PRD. Vargas Maldonado parecía el candidato indiscutible
hacia el 2012. El único riesgo consistía en la tesis elaborada por un
economista de bastante influencia alrededor del ex candidato
presidencial que insistió en la necesidad de garantizar una mejor
relación candidato/partido en los próximos eventos partidarios, siempre y
cuando, el potencial hombre que asumiría la nominación a la primera
magistratura por el partido ejerciera la condición de jefe de la
organización.
En un partido acostumbrado al equilibrio de sus fuerzas, una ruptura con
la tradición podría traer sus riesgos. Y así llegó Vargas Maldonado a
la presidencia del PRD. La verdadera razón de esa acción estaba
vinculada a la ira generada por el rol del ex senador por Monte Plata y
Presidente del PRD. Sin saberlo, el potencial candidato hacia el 2012
tendría que lidiar con la elección de las autoridades partidarias y las
candidaturas al congreso y los municipios. En el interregno, la firma de
un pacto político llamado a reformar la Constitución, que habilitaba a
Leonel Fernández en lo inmediato y abría las compuertas a un Hipólito
Mejía para la contienda interna serviría de riesgos no calculados que
terminarían imposibilitando su proyecto presidencial.
Vargas Maldonado desarrolla esfuerzos por presentar el llamado pacto de
las corbatas azules como un acto de reivindicación de su naturaleza
anti/reeleccionista y el histórico compromiso con el líder del PRD.
Ahora bien, ese acuerdo carecía de la racionalidad política
indispensable, porque si no lo rubricaba, las maromas a desarrollar por
el Ejecutivo para mantenerse en el poder y modificar la Constitución en
esas circunstancias, servirían de caldo de cultivo al bloque de sectores
políticos y sociales que se levantarían contra Leonel Fernández. Sin
firmar el pacto que garantizó la presentación del candidato del PLD en
las elecciones del 2008, Vargas Maldonado pudo construir las matemáticas
electorales para impedir la competencia interna contra Hipólito Mejía y
ganarle las elecciones al partido de gobierno. Increíblemente, en
política los errores se pagan en libras esterlinas. Aunque el desempeño
de la candidatura presidencial del 2008 contribuyó con un significativo
aumento en las simpatías del PRD, los candidatos del partido incurren en
la falsa tesis de asumir para ellos la cuantía de votos recibidos. Y
eso es un grave error. Tanto Vargas Maldonado como Hipólito Mejía no son
únicos arquitectos de la cuantía de votos recibidos. La historia
demuestra que es el partido que los conduce y no ellos que conducen al
partido. Pensar lo contrario constituye un acto de arrogancia y
desconocimiento del peso especifico de la marca PRD.
En agosto del 2008, Vargas Maldonado e Hipólito Mejía habían coincidido
en apoyarme a la secretaría general del PRD. Con el doctor Esquea
Guerrero existía en las bases del PRD una especie de deuda pendiente. La
principal objeción hacia el ex consultor de la Presidencia 1982/1986
obedecía a que no votó en favor de la reelección presidencial en el
2004. No obstante, si algo estaba fuera de discusión era que Esquea
Guerrero sería en el año 2009, presidente del PRD.
En el caso de la secretaría general habría competencia, porque un
dirigente de mis características no transita con facilidad los espacios
de dirección de un partido más amigo de las complicidades y la lógica de
los pactos anti/democráticos.
Todas las encuestas señalaban al doctor Esquea y a mí para ocupar las
dos posiciones de mayor jerarquía partidaria. Se convenció a Vargas
Maldonado de ocupar la presidencia del PRD, y su innegable fortaleza
obligó al doctor Esquea a replegarse y no presentar sus aspiraciones al
máximo puesto dentro del partido. En mi caso, hasta ese momento, salvo
un intento de otra candidatura a la secretaría general estimulada por
adversarios míos, cercanos a Hipólito Mejía, pero que nunca hemos
coincidido en la visión partidaria, mi aspiración no tenía problemas.
Ese compañero que competía contra nosotros ejercía la senaduría por la
provincia María Trinidad Sánchez. En el camino se devolvió, pero la
intención era allanar todos los vericuetos para encontrar un dirigente
que, desde el segundo puesto de importancia, se ajustara a los
requerimientos de un presidente del PRD sin vocación por la pluralidad,
sin hábitos de confrontador y llamado a la estructuración de un partido
sin disenso interno.
Los arquitectos de la tesis de ni Esquea ni Guido fundamentaron su
estrategia en lo no controlable de ambas personalidades. Una dirigente
relacionada con las encuestas que inició su carrera en el partido de la
mano de José Michelén, un comunicador proveniente de Moderno, junto a un
economista de pensamiento neoliberal hicieron los cálculos de lugar
para convencer a quien no necesitaba muchos argumentos: Miguel Vargas. Y
era cierto, el criterio para la formulación de un PRD que tenía el
equipo del ex ministro de Obras Públicas entraba en contradicción con
ambos aspirantes
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