sábado, 18 de agosto de 2012

Por qué no ganamos (I de II)

Un partido que no analiza con racionalidad y madurez su participación en los procesos electorales corre el riesgo de repetir sus errores en las futuras contiendas. Desafortunadamente, en el PRD lo urgente sustituye lo importante.
Aunque los resultados del 20 de mayo pasado generan la sensación de establecer un gran responsable, el elemental sentido de objetividad nos obliga a una revisión, donde los factores que caracterizaron la búsqueda de una victoria colapsaron como resultado de acciones, posturas, sectarismo e incapacidades que tienen su origen en la "reorientación" y construcción de un partido light que sedujo a franjas de dirigentes con mucho arraigo en la organización, aterradas por las características de nuestra salida del poder en el 2004.
Carecen de rigurosidad y sentido de compromiso partidario las argumentaciones tendentes a justificar neutralidades y entendimientos con los competidores de la candidatura presidencial del PRD. El ineludible compromiso de un dirigente es obrar en consonancia con la agenda de su organización. Y en el caso específico del partido blanco, muchos altos, dirigentes medios, de base y ciudadanos independientes apostaron a un cambio que, en el recién pasado proceso comicial, llenó de esperanzas a un amplio sector de la vida nacional.
Desde el año 2005 se diseñó un tinglado tendente al distanciamiento de todo lo relativo a la administración de Hipólito Mejía y la orquestación de un PRD capaz de vincular la organización con segmentos poblacionales y sectores sin afinidad histórica al partido blanco. Con esos criterios se estructuró todo un ambiente que catapultó a Miguel Vargas a insospechados niveles de popularidad y se abrió la caja de Pandora de un partido con nuevos exponentes, de una característica esencial: era gente de una profunda naturaleza conservadora.
Desde la lógica de las fuerzas que se levantaban en el PRD era entendible su postura. De un lado, distancias de la administración anterior y sus principales figuras. Y por el otro, perfilar el potencial candidato para las elecciones del 2008. Hasta ahí, muy bien.
Miguel Vargas no se percató de que, en el PRD, una fuerza no crece negando por completo el pasado. Y en su caso, el avance interno del secretario de Obras Públicas 2000/2004 estaba vinculado a la decisión de Hipólito Mejía de auparlo frente a Milagros Ortiz Bosch. Eso sí, la abrumadora victoria del sector conservador sobre el liberal en la convención para elegir la candidatura del 2008 estableció las bases para incorrectamente creerse en capacidad de tomar por asalto a las fuerzas de derecha que desde el 1996 se perfilaban afines a Leonel Fernández.
Alrededor de la candidatura del PRD en el 2008 no se entendió que el espacio social ocupado por el PLD desde su arribo al poder no se desplazaría hacia una opción perredeísta. Aunque Vargas Maldonado tiene una naturaleza conservadora, los electores de ese litoral se montaron en la candidatura del PLD. No obstante, desde el PRD y su candidato no se desarrollaron las acciones políticas tendentes a reconstruir el tradicional vínculo del partido blanco con los partidos emergentes y propuestas liberales que siempre acompañaron a José Francisco Peña Gómez.
Un factor que contribuiría a perfilar el campo de actuación de Vargas Maldonado consistió en que su ascenso y legitimación partidaria coincidió con un terrible deterioro de la noción de compromiso ideológico y programático experimentado en el partido blanco desde la muerte del doctor Peña Gómez. Esa decadencia no es atribuible de forma exclusiva al ex ministro de Obras Públicas, desde antes de la victoria electoral en el año 2000, la agenda partidaria tomó los senderos del pragmatismo y los históricos exponentes que participaron en los debates ideológicos o llegaron al partido de las manos del líder con la encomienda de mantener el vínculo socialdemócrata fueron "sustituidos" por expresiones de una militancia más amiga de las aspiraciones a posiciones municipales y congresionales. Dos años antes, producto de una disputa por la dirección de la Cámara de Diputados, un terminado exponente del perredeismo cantinflesco, componedor y ausente de carga ideológica apareció en el espectro partidario con características "triunfales": Héctor Rafael Peguero.
El deterioro de la salud de Peña Gómez y su posterior desaparición física generaron un ambiente de orfandad en el PRD que, de manera coyuntural, fue ocupado por los más habilidosos y desenfrenados. En términos prácticos, los pragmáticos estaban de fiesta. Y un elemento lo agravó todo, desde el ejercicio gubernamental: tanto la reforma constitucional del 2002 como el envío de tropas a Irak distanciaron del partido blanco una amplia gama de sectores democráticos y liberales que sus aproximaciones históricas con el líder y dirigentes importantes de la organización sirvieron de muro de contención a un PRD, caracterizado por una agenda tan diversa que nos coloca, en múltiples ocasiones, muy cercanos a lo absurdo.
Ese limbo se mantuvo desde la salida del poder en el 2004 hasta la convención interna donde Vargas Maldonado se oficializó de candidato presidencial del PRD para las elecciones del 2008.
Me incorporé a la campaña del 2008 y no es cierto que Hipólito Mejía trabajó para fastidiar las posibilidades presidenciales de Miguel Vargas Maldonado. La única resistencia de carácter público expresada en la proximidad del ex presidente la ejerció un ingeniero civil que sus discrepancias con el ministro de obras públicas 2000/2004 obedecían a disputas propias del cargo y los espacios de poder que se generan alrededor de la política de construcción del gobierno. Además, de ese disgusto, en los corrillos de la campaña del 2008 no se estuvo conforme con las declaraciones duras de Ramón Alburquerque contra el Cardenal López Rodríguez.
El verdadero motivo de inconformidad a la candidatura de Vargas Maldonado se ejerció internamente desde el momento en que los dirigentes tradicionales percibieron una campaña en manos de un nuevo orden partidario. La acción era correcta: el candidato tenía derecho de organizar la búsqueda del poder con su equipo, el error consistió en la aniquilación de todo lo asociado al viejo orden.
Los resultados electorales del 2008 reflejaban un ambiente positivo para el futuro del PRD. Vargas Maldonado parecía el candidato indiscutible hacia el 2012. El único riesgo consistía en la tesis elaborada por un economista de bastante influencia alrededor del ex candidato presidencial que insistió en la necesidad de garantizar una mejor relación candidato/partido en los próximos eventos partidarios, siempre y cuando, el potencial hombre que asumiría la nominación a la primera magistratura por el partido ejerciera la condición de jefe de la organización.
En un partido acostumbrado al equilibrio de sus fuerzas, una ruptura con la tradición podría traer sus riesgos. Y así llegó Vargas Maldonado a la presidencia del PRD. La verdadera razón de esa acción estaba vinculada a la ira generada por el rol del ex senador por Monte Plata y Presidente del PRD. Sin saberlo, el potencial candidato hacia el 2012 tendría que lidiar con la elección de las autoridades partidarias y las candidaturas al congreso y los municipios. En el interregno, la firma de un pacto político llamado a reformar la Constitución, que habilitaba a Leonel Fernández en lo inmediato y abría las compuertas a un Hipólito Mejía para la contienda interna serviría de riesgos no calculados que terminarían imposibilitando su proyecto presidencial.
Vargas Maldonado desarrolla esfuerzos por presentar el llamado pacto de las corbatas azules como un acto de reivindicación de su naturaleza anti/reeleccionista y el histórico compromiso con el líder del PRD. Ahora bien, ese acuerdo carecía de la racionalidad política indispensable, porque si no lo rubricaba, las maromas a desarrollar por el Ejecutivo para mantenerse en el poder y modificar la Constitución en esas circunstancias, servirían de caldo de cultivo al bloque de sectores políticos y sociales que se levantarían contra Leonel Fernández. Sin firmar el pacto que garantizó la presentación del candidato del PLD en las elecciones del 2008, Vargas Maldonado pudo construir las matemáticas electorales para impedir la competencia interna contra Hipólito Mejía y ganarle las elecciones al partido de gobierno. Increíblemente, en política los errores se pagan en libras esterlinas. Aunque el desempeño de la candidatura presidencial del 2008 contribuyó con un significativo aumento en las simpatías del PRD, los candidatos del partido incurren en la falsa tesis de asumir para ellos la cuantía de votos recibidos. Y eso es un grave error. Tanto Vargas Maldonado como Hipólito Mejía no son únicos arquitectos de la cuantía de votos recibidos. La historia demuestra que es el partido que los conduce y no ellos que conducen al partido. Pensar lo contrario constituye un acto de arrogancia y desconocimiento del peso especifico de la marca PRD.
En agosto del 2008, Vargas Maldonado e Hipólito Mejía habían coincidido en apoyarme a la secretaría general del PRD. Con el doctor Esquea Guerrero existía en las bases del PRD una especie de deuda pendiente. La principal objeción hacia el ex consultor de la Presidencia 1982/1986 obedecía a que no votó en favor de la reelección presidencial en el 2004. No obstante, si algo estaba fuera de discusión era que Esquea Guerrero sería en el año 2009, presidente del PRD.
En el caso de la secretaría general habría competencia, porque un dirigente de mis características no transita con facilidad los espacios de dirección de un partido más amigo de las complicidades y la lógica de los pactos anti/democráticos.
Todas las encuestas señalaban al doctor Esquea y a mí para ocupar las dos posiciones de mayor jerarquía partidaria. Se convenció a Vargas Maldonado de ocupar la presidencia del PRD, y su innegable fortaleza obligó al doctor Esquea a replegarse y no presentar sus aspiraciones al máximo puesto dentro del partido. En mi caso, hasta ese momento, salvo un intento de otra candidatura a la secretaría general estimulada por adversarios míos, cercanos a Hipólito Mejía, pero que nunca hemos coincidido en la visión partidaria, mi aspiración no tenía problemas. Ese compañero que competía contra nosotros ejercía la senaduría por la provincia María Trinidad Sánchez. En el camino se devolvió, pero la intención era allanar todos los vericuetos para encontrar un dirigente que, desde el segundo puesto de importancia, se ajustara a los requerimientos de un presidente del PRD sin vocación por la pluralidad, sin hábitos de confrontador y llamado a la estructuración de un partido sin disenso interno.
Los arquitectos de la tesis de ni Esquea ni Guido fundamentaron su estrategia en lo no controlable de ambas personalidades. Una dirigente relacionada con las encuestas que inició su carrera en el partido de la mano de José Michelén, un comunicador proveniente de Moderno, junto a un economista de pensamiento neoliberal hicieron los cálculos de lugar para convencer a quien no necesitaba muchos argumentos: Miguel Vargas. Y era cierto, el criterio para la formulación de un PRD que tenía el equipo del ex ministro de Obras Públicas entraba en contradicción con ambos aspirantes

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