sábado, 16 de junio de 2012

Mi amado PRD

EN PLURAL

 
Yvelisse Prats Ramírez De Pérez 

Amo al PRD. Como todo/a enamorado/a, quiero pensar que soy un poco su dueña; en verdad es el PRD que manda en mí, con absoluto dominio, poseedor del tiempo largo de las tres cuartas partes de mi vida, poderoso rival del esposo y los hijos, de las lecturas y los proyectos personales que quedan a medio camino, truncados, detenidos en la primaria devoción.
El amado ha sido demandante, exige abnegaciones, sacrificios, inmolaciones a veces. Presumida como soy de la única riqueza  que tengo, mi imagen que cepillo a diario con esmero, tuve que subsumirla en ocasiones dentro de colectivas decisiones de las que disentí, pero que aparecen en la hoja de mis responsabilidades ensombrecidas quizás aunque sea levemente alguna opinión buena sobre mí.
Porque para preservar a mi amado, exigente, el esfuerzo me ha parecido liviano, la entrega se percibe como legítima y justa, los silencios no oprimen, las palabras abundan, el amor es así. 
Transitando el calvario del ejercicio político en un país donde ser honesta y espontánea no rinde dividendos, yo he sentido, como Gabriela Mistral dice en sus versos, que “en el amor, la cruz/ se lleva con blandura/ como un gajo de rosas”.
Porque uso el verbo amar, y proclamo sin rubores que amo al PRD, alguno me ha calificado de cursi. Respondo junto a Karl Young y a Leonardo Boff, he roto la coraza ortopédica del filósofo griego y en lugar  de afirmar “pienso, luego existo”, elegí convencida “siento, luego existo”, que reconoce que la humanización plena se logra solo desde los sentimientos.
Tengo mil y una razones para militar en el PRD, todas lógicas, comprobables, científicas. Es el partido dominicano de más larga data; nació para parir la democracia, y cumplió ese objetivo luchando desde el exilio y la alumbró un 5 de julio. Es el  único partido que actualmente profesa todavía en ciernes, una  ideología  definida. Es la organización política que con su primer gobierno, el de Juan Bosch, dejó un modelo de dignidad, honradez y nobleza que un acelerado mal de Alzheimer ha borrado de la memoria y de acciones de los peledeístas.
Fue el segundo gobierno del PRD, el de Antonio Guzmán, que abrió las cárceles para dando libertad a los políticos presos, permitió la pluralidad partidaria, institucionalizó las Fuerzas Armadas, abrió las fronteras para el retorno de los exiliados, puso a viajar a todas partes sin la mancha en el  pasaporte del estúpido sello que prohibía ir “Más allá de la Cortina de Hierro” mientras aquí vivíamos encerrados.
El PRD tiene en su buen average las conquistas que hemos logrado las mujeres  en los últimos 100 años, todas, absolutamente. El PRD ofreció a la nación y al mundo que lo adoptó con una ciudadanía privilegiada, al líder indiscutible, el doctrinario, el que me enseñó amar al PRD y a los humildes, José Francisco Peña Gómez.
Porque ha sido así,  sigue siendo así si lo buscamos en sus Estatutos, en los documentos que han aprobado nuestras convenciones, en los textos que se usan en nuestros diplomados y cursos, en las resoluciones del 1er. Congreso José Francisco Peña Gómez, en la entereza de sus bases, en la decisión con que la absoluta mayoría de los dirigentes y militantes abordamos la crisis que actualmente nos sacude las entrañas, vale la pena ser perredeísta, se justifica la lucha que no se acaba porque no puede terminar mientras existan tantos desafíos.
Amar ya es otra cosa. No necesito para amar mi partido argumentos ni razones. Lo amo, simplemente con la antiquísima  costumbre de los amantes, cerrar los ojos, abrir el corazón, elevar como chichigua alta una visión perfecta del amado; en fin, abrirse a la utopía.
Un amigo que se empeña en ser escéptico y sin embargo escribe los más bellos poemas de amor después de aquellos inolvidables “veinte” de Neruda, me señala entre risueño y enfadado que no aterrizo, que habito en la utopía. Tal vez no se da cuenta que en la mía perviven y conviven las suyas, y las de otros que me las donaron antes de morir, en regalo magnífico.
Amar a mi partido, aún ahora que en su interior hay furias y rencores que quieren robarle el alma, me sitúa en esa utopía, que me motiva a erguirme en la trinchera, de la que puede ser mi última batalla.
Porque lo amo, así, absolutamente, ahora sin muchos por qué pero en un rotundo PARA QUÉ donde se encierra todo lo bueno que quiero para nuestro futuro.
No sé si su gran corazón blanco me corresponde; yo continúo entregándome toda, dispuesta a vivir y morir para él, y con él, al amado, el PRD. Para eso, lo advierto, no necesito permisos, ni acepto condiciones. Cincuentiun años amándole me otorgan este inalienable derecho. ¡Ay de quien intente arrebatármelo!