EN PLURAL
Yvelisse Prats Ramírez De Pérez
Amo
al PRD. Como todo/a enamorado/a, quiero pensar que soy un poco su
dueña; en verdad es el PRD que manda en mí, con absoluto dominio,
poseedor del tiempo largo de las tres cuartas partes de mi vida,
poderoso rival del esposo y los hijos, de las lecturas y los proyectos
personales que quedan a medio camino, truncados, detenidos en la
primaria devoción.
El amado ha sido demandante, exige abnegaciones,
sacrificios, inmolaciones a veces. Presumida como soy de la única
riqueza que tengo, mi imagen que cepillo a diario con esmero, tuve que
subsumirla en ocasiones dentro de colectivas decisiones de las que
disentí, pero que aparecen en la hoja de mis responsabilidades
ensombrecidas quizás aunque sea levemente alguna opinión buena sobre mí.
Porque
para preservar a mi amado, exigente, el esfuerzo me ha parecido
liviano, la entrega se percibe como legítima y justa, los silencios no
oprimen, las palabras abundan, el amor es así.
Transitando el
calvario del ejercicio político en un país donde ser honesta y
espontánea no rinde dividendos, yo he sentido, como Gabriela Mistral
dice en sus versos, que “en el amor, la cruz/ se lleva con blandura/
como un gajo de rosas”.
Porque uso el verbo amar, y proclamo sin
rubores que amo al PRD, alguno me ha calificado de cursi. Respondo junto
a Karl Young y a Leonardo Boff, he roto la coraza ortopédica del
filósofo griego y en lugar de afirmar “pienso, luego existo”, elegí
convencida “siento, luego existo”, que reconoce que la humanización
plena se logra solo desde los sentimientos.
Tengo mil y una razones
para militar en el PRD, todas lógicas, comprobables, científicas. Es el
partido dominicano de más larga data; nació para parir la democracia, y
cumplió ese objetivo luchando desde el exilio y la alumbró un 5 de
julio. Es el único partido que actualmente profesa todavía en ciernes,
una ideología definida. Es la organización política que con su primer
gobierno, el de Juan Bosch, dejó un modelo de dignidad, honradez y
nobleza que un acelerado mal de Alzheimer ha borrado de la memoria y de
acciones de los peledeístas.
Fue el segundo gobierno del PRD, el de
Antonio Guzmán, que abrió las cárceles para dando libertad a los
políticos presos, permitió la pluralidad partidaria, institucionalizó
las Fuerzas Armadas, abrió las fronteras para el retorno de los
exiliados, puso a viajar a todas partes sin la mancha en el pasaporte
del estúpido sello que prohibía ir “Más allá de la Cortina de Hierro”
mientras aquí vivíamos encerrados.
El PRD tiene en su buen average
las conquistas que hemos logrado las mujeres en los últimos 100 años,
todas, absolutamente. El PRD ofreció a la nación y al mundo que lo
adoptó con una ciudadanía privilegiada, al líder indiscutible, el
doctrinario, el que me enseñó amar al PRD y a los humildes, José
Francisco Peña Gómez.
Porque ha sido así, sigue siendo así si lo
buscamos en sus Estatutos, en los documentos que han aprobado nuestras
convenciones, en los textos que se usan en nuestros diplomados y cursos,
en las resoluciones del 1er. Congreso José Francisco Peña Gómez, en la
entereza de sus bases, en la decisión con que la absoluta mayoría de los
dirigentes y militantes abordamos la crisis que actualmente nos sacude
las entrañas, vale la pena ser perredeísta, se justifica la lucha que no
se acaba porque no puede terminar mientras existan tantos desafíos.
Amar
ya es otra cosa. No necesito para amar mi partido argumentos ni
razones. Lo amo, simplemente con la antiquísima costumbre de los
amantes, cerrar los ojos, abrir el corazón, elevar como chichigua alta
una visión perfecta del amado; en fin, abrirse a la utopía.
Un amigo
que se empeña en ser escéptico y sin embargo escribe los más bellos
poemas de amor después de aquellos inolvidables “veinte” de Neruda, me
señala entre risueño y enfadado que no aterrizo, que habito en la
utopía. Tal vez no se da cuenta que en la mía perviven y conviven las
suyas, y las de otros que me las donaron antes de morir, en regalo
magnífico.
Amar a mi partido, aún ahora que en su interior hay
furias y rencores que quieren robarle el alma, me sitúa en esa utopía,
que me motiva a erguirme en la trinchera, de la que puede ser mi última
batalla.
Porque lo amo, así, absolutamente, ahora sin muchos por qué
pero en un rotundo PARA QUÉ donde se encierra todo lo bueno que quiero
para nuestro futuro.
No sé si su gran corazón blanco me corresponde;
yo continúo entregándome toda, dispuesta a vivir y morir para él, y con
él, al amado, el PRD. Para eso, lo advierto, no necesito permisos, ni
acepto condiciones. Cincuentiun años amándole me otorgan este
inalienable derecho. ¡Ay de quien intente arrebatármelo!
sábado, 16 de junio de 2012
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