15 Agosto 2012, 10:03 PM
Sobre el tiempo presente bonapartismo, Balaguer y Leonel
No hemos superado todavía el bonapartismo balaguerista
El bonapartismo es un régimen con condiciones particulares en su proceso
histórico, cuya característica esencial es la subordinación de toda la
sociedad al Poder Ejecutivo.
Fue el viejo Carlos Marx quien tipificó estas formas carismáticas de
representación, en su libro “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, y aunque
ya nadie cita al viejo marxismo, un vistazo a sus juicios, en
particular al ciclo histórico que abre la Revolución francesa en 1789,
nos permitiría entender la gravitación hegemónica de figuras como
Joaquín Balaguer y Leonel Fernández en la historia contemporánea. Esto
le puede parecer muy teórico a mucha gente, pero es de lo más concreto
que vivimos todos los días, porque uno de nuestros problemas actuales es
el hecho de que no hemos superado todavía el bonapartismo balaguerista.
La plataforma ideológica de todos los gobiernos dominicanos es el
bonapartismo. Cuando Balaguer subió al poder no se lo inventó. A la
caída de Trujillo el aparato del Estado tenía un peso específico en la
riqueza nacional verdaderamente desproporcionado, puesto que el
Generalísimo reunía en su persona, a la hora de su muerte, riqueza
propia y riqueza del erario. Factores que daban al detentador del Estado
el don de un Rey Midas.
Si el artículo 55 de la Constitución hace del Poder Ejecutivo un pequeño
César, la herencia de la riqueza material del régimen trujillista
potenciaba la imagen de un Presidente dotado mágicamente de poderes
sobrenaturales. Es sobre esas realidades históricas que el mito de
Balaguer prohijó sus dimensiones. Y es lo que Leonel Fernández ejerce
como práctica política, y lo que le ha dado todo el poder que tiene en
el mismo momento en que lo abandona.
En el bonapartismo la sociedad tiene una prohibición absoluta de
inventarse a sí misma, únicamente el iluminado que detenta el Poder
Ejecutivo participa de una manera de hacer el mundo. Rasgo que fija las
conquistas sociales (construcciones, desarrollo económico, alcances de
la educación, políticas sociales, etc.) como objetos de posesión que
brotan exclusivamente de su personalidad, y que las masas recibirán
boquiabiertas, apabulladas, extasiadas y ensimismadas frente a tanto
prodigio.
En un país de tan larga tradición autoritaria eso se ve como algo
natural. ¿Cómo explicarle a los jóvenes que un Presidente de la
República no tiene derecho a repartir en mítines políticos el dinero de
los contribuyentes, que no puede despedazar el Estado para que la
“Primera Dama” sustituya la salud pública, la cultura, la educación; que
no se puede disfrazar de Santa Claus y salir a repartir funditas que no
salen de su bolsillo, sino de los impuestos, que no puede gastar
cincuenta millones de dólares en viajes para darle satisfacción a su
ego; si el bonapartismo ha legitimado con su práctica toda la
depredación histórica del Estado? Al final de los gobiernos de Leonel
Fernández, toda la desproporción de la corrupción y del despilfarro que
hemos vivido tiene su fundamento en esta concepción bonapartista.
El bonapartismo de la historia dominicana se pudo haber evitado por la
vía del fortalecimiento de las instituciones, pero sería como negar el
proceso histórico que venimos describiendo, y su naturaleza. Sería como
negar los objetivos personales de Balaguer y de Leonel. Aunque sí vale
la pena recordarlo al final de este gobierno depredador, porque es con
ese instrumento que Leonel Fernández se puede situar más allá del bien
y el mal, levitando por encima de las leyes, suponiéndose que sus
propios deseos, el cerco infranqueable de sus pasiones humanas, son el
bostezo de un Dios. Y porque, además, los intelectuales que no han
perdido su criticidad, deberían mirar hacia el espejo de la historia,
observando que el bonapartismo de Leonel Fernández es la nueva
expresión del autoritarismo.
Danilo Medina abre hoy un nuevo capítulo de los gobiernos del PLD, y
nosotros esperamos que los poderes públicos se ejerzan para beneficio
del bien común. !Hay que superar el bonapartismo! ¡No necesitamos Mesías
ni libertadores! ¡No queremos ególatras! ¡Hay que sanear la vida
pública de la corrupción descarada! Lo que hoy se impone es que un nuevo
gobierno sea una práctica diferente de ejercer el poder. ¡Leeremos
práctica, no discursos!
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