miércoles, 27 de marzo de 2013

El Cisne Negro no tiene favoritos‏


“La Historia, espiritual espejo de la Naturaleza, tiene, como ésta, innumerables e infinitas formas. No se sujeta a ningún método y pasa jugando desdeñosa por encima de toda ley. Tan pronto brilla cual las torrenciales aguas que siguen un fatal curso, como arremolina y arrebata los acontecimientos al capricho desordenado del viento. Algunas veces va estratificando las épocas, con la inmensa paciencia de los largos procesos de cristalización y, de pronto, en un solo relámpago, comprime dramáticamente las capas contiguas y, siempre creadora, en esos momentos de genial sintetización se revela como una artista, pues aunque millones de energías muevan nuestro mundo, sólo son esos fugaces instantes explosivos los que le dan una forma dramática “. (Stefan Zweig)
La “impredecibilidad” de muchos acontecimientos impregnó todo el proceso trujillista de Estado, operando en sentido dual, en sus consecuencias, positivas y negativas para el sostenimiento de aquella dictadura unipersonal. Hitler, interpretó como un “cisne negro”, el fallido atentado que estuvo al punto de costarle la vida en 1944, que de haber tenido éxito, habría cambiado el destino final de las reparticiones sangrientas que marcaron la nueva delimitación geográfica de Europa, y hubiese conducido a negociaciones entre el alto mando militar alemán y los países aliados beligerantes en el conflicto, poniendo fin a la confrontación final que se avecinaba y los horrores que produciría, salvando las vidas de millones de judíos, una parte de los cuales tuvo que esperar que el ejército rojo colocara la bandera soviética sobre el último refugio de Hitler, para que los campos de concentración fueran intervenidos.
Para Hitler aquel intento de muerte, falló en su objetivo, por casualidad, por el azar que se interpuso, que él traduciría erróneamente como una intervención salvadora del destino. Al no poder explicar el fenómeno, Hitler atribuyó su “buena suerte” al amparo de fuerzas no visibles comprometidas con su idea suprema de dominación y conquista. El error de Hitler fue la interpretación del hecho salvador. Es en ese proceso de racionalización donde se equivocan los beneficiarios o perjudicados por la ocurrencia determinante del azar. El “cisne negro” no tiene transcripción, no puede ser encasillado, no obedece a potencias mentales o espirituales comprometidas con las propuestas humanas. Sencillamente ocurre, interviene, tuerce el rumbo de la historia, no se sujeta a ningún método como dice magistralmente Zweig. Es probable que en la mente de Trujillo, el fracaso militar de los expedicionarios gloriosos del 14 de junio de 1959, se debiera, como todos los otros intentos fallidos de repatriación armada, a la protección que a través del azar recibió durante sus 31 años de poder absoluto, pero el azar no tiene favoritos.
El azar desempeñó un papel decisivo en la pérdida del “factor sorpresa” que debió acompañar a los expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo. El naufragio de una de las embarcaciones impidió el desembarco marítimo simultáneo con el arribo de los combatientes en Constanza, situación que hubo de ser explicada y sostenida por el comandante cubano, Camilo Cienfuegos, como condición para el éxito inicial de la acción. Luego del naufragio de una de las naves, Trujillo tuvo el dominio táctico y estratégico de las operaciones militares. Aunque las autoridades cubanas comprometidas con la acción insistieron en suspender los desembarcos marítimos, ante el hecho de que seis días después del desembarco aéreo, Trujillo los esperaba para ejecutar la masacre y teñir de sangre las costas de Puerto Plata, los mártires decidieron correr al albur y ofrendar sus vidas por la libertad del pueblo dominicano, un gesto todavía no estudiado con profundidad en el sentido trascendente, no racional, pero inmensamente generoso del sacrificio y del amor por su Patria, que nada tiene que envidiar a los primeros apóstoles de la fe cristiana inmolados en un torbellino de fuego y simiente.
El azar, el “cisne negro” produjo la ruptura de la Iglesia Católica con la dictadura, hecho significativo, insólito, que nadie estuvo en capacidad de predecir (después de 30 años de colaboración y silencio). Los asesinatos de Minerva Mirabal y sus hermanas, no tenían aparente sentido, reducidas como estaban, vigiladas las 24 horas del día, confinadas, y la resistencia disuelta, en prisión o en embajadas. La víctima “ideal” para el crimen trujillista debió ser Manolo Tavárez, quien presidió el movimiento conspirativo y era el líder de todos, pero el azar intervino, materializándose una emboscada horrenda que convirtió a Minerva en luz de conciencia colectiva, invencible frente a la vileza moral de la ignorancia y la opresión.

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