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Hay una íntima zona donde converge la amistad, el cariño, el respeto, la
admiración, el deseo de que se mantengan fuertes y vitales. Pienso en
viejas mujeres de fuego, como Isis Duarte, con quien me estrené
académicamente en la UASD, de quien fui asistente por varios años.
Recuerdo a otras sociólogas refrescantes, como mis profesoras Irma
Nicasio y Martha Olga García.
En aquellos tiempos también me tocó trabar amistad con Chiqui Vicioso,
una de las creadoras e intelectuales más coherentes y productivas que
hemos tenido en los últimos cuarenta años.
De lejos, también estaba una de las grandes mujeres del siglo XX, doña Aída Cartagena Portalatín.
En aquellos años de estudios míos de Sociología, había una gran
complicidad con estudiantes de Ciencias Políticas y de Antropología. Las
redes llegaron a extenderse hasta España, donde Gina Gallardo y María
Paredes realizaban un intenso trabajo con la comunidad de inmigrantes,
en lo teórico y lo práctico.
Dentro de los nombres que primero surgieron en las aulas o las cafeterías, y que luego tuvimos que subrayar por la calidad de sus exposiciones y su coraje civil, hubo dos en especial: el de Tahira Vargas y el de Olaya Dotel
Necesitamos su voz, sus análisis, su presencia. Que las mentes
calenturientas de nuestros paleros intelectuales entiendan que la
sociedad dominicana ya no está para semejantes prácticas de aniquilación
Sobre Tahíra ya escribí en el 2008 (http://www.hoy.com.do/areito/2008/8/16/243841/print).
Sobre Olaya tengo que escribir ahora, cuando una aviesa campaña de desprestigio campea sobre su cabecita.
Ahora los paleros intelectuales, aquellos que en vez de 200 pesos y un
picapollo se apropian de un chin más, tratan de vincularla a un complot
propio de una fotonovela negra.
¿Es posible respetar el pensamiento del otro? ¿Es posible disentir en el
país dominicano, sin que te pongan el sambenito de que eres un muñeco
vudú repitiendo lo que dice algún brujo?
Ya yo pasé por esas hace más de diez años. Una vez escribí en Rumbo un
artículo sobre el Dr. Marino Vinicio Castillo. A la semana siguiente, el
Dr. Castillo aseguraba en “La Respuesta” que “Miguel D. Mena era un
seudónimo”, que yo no existía.
Como alguien le dijo que yo sí existía públicamente –como la periodista
Ángela Peña, otra mujer de fuego dominicana-, entonces “tuvo” que
“recapacitar” la semana siguiente en “La Respuesta”, para afirmar que
“Miguel D. Mena sí existe, pero está becado por una poderosa familia
dominicana”.
¡Becado yo! ¡Y justo en esos momentos, cuando me la pasaba limpiando
pisos o dando clases de español, a duras penas, durante mis estudios de
doctorado en la Universidad Libre de Berlín!
Las infamias de entonces, como las de ahora, forman parte del sentido común de quien esté en el gobierno.
Mal de nuestra tambaleante democracia: los gobiernos no pueden aceptar
simple y llanamente que no lo hacen bien. Entonces aparecen aquellos que
se consideran sus centuriones, sus frente de pago, aquellos que no
esperan órdenes ni nada, porque se consideran los samuráis o tal vez
mandarines del poder vigente: los samuráis o mandarines que a pesar de
sus caras de geishas pensionadas creen que tienen el derecho de borrar a
quien sea.
Ahora le toca a Olaya Dotel el baño de infamias. Ahora los paleros
intelectuales de ayer se reciclan en los de ahora, suponiendo que no hay
cabeza propia ni dignidad en el pensamiento.
Lo que ellos no pueden asumir –justamente la dignidad-, no pueden
reconocérsela al otro. Olaya Dotel es una cientista social que se ha
ganado un justo espacio en la sociedad dominicana.
Si su objetivo hubiese sido el poder o el dinero, las mejores
condiciones hubiese tenido para venderse al mejor postor. Estuviese
ahora dirigiendo algún Ministerio o en un organismo internacional,
comiendo suchi a cualquier hora o tal vez leyéndose el penúltimo libro
de Paulo Coelho. Pero no. Olaya Dotel ha tomado otras sendas…
Sus análisis son incisivos. A ella le preocupan los dispositivos del
poder, la manera en que se tejen y expresan, sus márgenes de
manipulación y las verdades ocultas de sus lógicas.
Dotel no pertenece a una dirección ortodoxa dentro de las ciencias
sociales. Sus paradigmas trascienden los clásicos del marxismo, buscando
más una sintonía con una teoría foucaultiana de las representaciones
políticas.
En su caso, no se cumple aquella definición “clásica” del sociólogo.
Olaya no es quien dice lo que todo el mundo sabe en un lenguaje que
nadie entiende.
Olaya Dotel tiene la rara virtud de la síntesis y la brillantez. Su
calma en la exposición revela una rara capacidad de oír, de pensar y
expresarse concisamente.
Necesitamos su voz, sus análisis, su presencia. Que las mentes
calenturientas de nuestros paleros intelectuales entiendan que la
sociedad dominicana ya no está para semejantes prácticas de
aniquilación.
Olaya Dotel sólo expresa lo que piensa. Aquellos que ahora tratan de
ponerle una gran equis a sus palabras, no hacen más que reciclar
aquellos decires que pensamos alguna vez se habían quedado agonizantes
en esa carretera, aquél 30 de mayo de 1961.
¿Es posible ejercer un pensamiento crítico en la República Dominicana,
sin que algún iluminado descubra que tú tienes un conejo argentino bajo
la manga?
¿Seguiremos con esa ingeniería de “palerismo intelectual” en el país
dominicano? ¿Impondrán los mandarines televisivos sus códigos
particulares de ética? ¿Seguirán haciendo ellos sus noches propias de
San Bartolomé con lo que queda de inteligente en el país dominicano?
Sigo pensando que nos falta mucho para llegar a una sociedad democrática, donde cada quien tenga el derecho a la palabra.
Al menos tenemos un pensamiento propio y con coraje. Olaya Dotel
pertenece a esta política del siglo XXI, a sus ansias de vivir y
construir un país realmente democrático, de todos y con todos.
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