Única respuesta a César Medina
La adicción al poder, en este país, históricamente, todo lo deforma
Si el destino de mi escritura fuera
responderle a gente como usted, el descalabro espiritual que ello
significaría haría de mi vida un asco. Yo sé quién soy (como le gritaba a
Sanzón Carrasco Don Quijote de la Mancha, cuando aquél lo arrojó al
suelo tratando de hacerle volver a la cordura), pero también sé quién es
usted. Y ni sus millones, ni su manejo de los medios, ni su influencia
en Leonel Fernández, quien es para usted la suma de todas las virtudes
posibles, son poder suficientes para descalificarme.
En realidad, ¿por qué escribe usted un
artículo contra mí, partiendo de la suposición de que todos mis juicios
son un venero de odio, y de que me despliego como un resentido porque
crítico la práctica política de su jefe? ¿Es usted quien habla, o es el
aparato de dominación que se ha instaurado en este país el que le dicta
esos juicios contra mi persona, únicamente por mi espíritu libre, mi
rebeldía contra tanta simulación y engaño? La unanimidad es obscena,
Leonel Fernández ha apostado a ser un Dios, y un Dios solitario y
engreído niega el derecho a la herejía, a la singularidad y a la duda.
Usted no es más que un emisario, y por sus actos debería odiarse a sí
mismo, sin pudor, sin remordimientos. No es a usted, por lo tanto, a
quien yo debo responder, sino a su amo.
Vi a Joaquín Balaguer Ricardo cuatro meses
y nueve días antes de morir, en su cuartucho de pobre en el que
consumaba sus horas. Al entrar a esa habitación tan modesta confundí el
desencanto con la verdad, porque ese ser indefenso que yacía en la cama,
aparentemente insignificante, desprovisto en ese instante de la
enigmática virtud que el poder depara; había diezmado mi generación,
encanallecido el país, y convertido su imagen en la ostentación del
mito. ¿Era éste ser frágil, con pasiones asordinadas, sin amigos
íntimos, sin hijos reconocidos, el mismo personaje de dureza que eligió
fríamente la opción de goce del poder, y que era capaz de todos los
excesos con tal de mantenerse en el mismo? Ese ser escindido que era
Joaquín Balaguer es el mismo proyecto de dominación social de Leonel
Fernández.
Él es la continuidad formal y también
contradictoria del balaguerismo. Construye la personalidad del Príncipe a
partir del Estado mesiánico. Desgaja la acción del Estado en actos
personales. Hace fluir de su exclusiva laboriosidad toda la política de
construcciones públicas, su súper ego instrumentaliza las políticas
asistenciales, declama sobre las instituciones del Estado, pero las
subordina a su voluntad; permite y deja fluir como un mecanismo de
consolidación de su liderazgo el estropicio de la corrupción, labra
marionetas de jueces con birretes, altera la voluntad popular con el
dinero público, usa la pobreza sin remordimientos para lograr sus
fines. Y, por último, su concepción patrimonial del Estado reduce toda
la estrategia de la gestión pública a reproducirse él mismo en el poder.
No se trata, por lo tanto, señor Medina,
de que los “éxitos político, intelectual y académico de Leonel
Fernández” me amarguen la vida, sino de que la egolatría de este señor
le sale muy cara a este pobre país, y ha sido impuesta como tal por
gente como usted, que la ha promovido al rango de verdad. Se trata de la
adicción al poder, que en este país, históricamente, todo lo deforma.
En el sudario de su gloria, Joaquín Balaguer parecía no importarle la
riqueza material. Balaguer sonreía al mundo, pero no lo gozaba. Leonel
sonríe al mundo y lo goza. ¡Todo el presupuesto nacional está al
servicio de su gloria personal! A Balaguer lo sorprendió la muerte en la
más absoluta humildad material, a él la muerte ya no podrá encontrarlo
jamás en un cuartucho semejante, y está muy lejos! lejos de la pobreza
en que murió su modelo. No hay nada personal, ejerzo mi libertad que
nada debe a su gloria.
Como
soy maestro, tengo la deformación profesional de hacer recomendaciones,
y le sugeriré dos cosas: primero, no use la técnica de la ironía en sus
escritos, es territorio de los genios, y cuando no hay talento se suele
resbalar y desnucarse. Léase “El periquillo Sarniento” o “Don Catrín
de la fachenda”, de José Joaquín Fernández de Lizardi, buenos ejemplos
de uso de la ironía. O quizás “Los amo”, de Juan Bosch. Y, segundo, para
entender la personalidad del resentido procure adquirir “Tiberio” de
Gregorio Marañón. Usted verá a quién se parecen los rasgos tipológicos
del resentido en este estudio. ¡Oh, Dios!
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